Hay experiencias que te dan la medida de quien eres. Que te explican de una manera clara e incontestable para que demonios has venido a este mundo.

El domingo del Big Draw, fué uno de los días más felices de mi vida. Un día que me resumió con colores, dibujos y el placer de cientos de personas, cual es mi sitio y mi cometido vital:

Imaginar, diseñar, producir, realizar, presentar y disfrutar el arte y la creatividad.

En mi caso, casi siempre este ejercicio natural, está relacionado con el dibujo. Ha veces soy  motor en el proceso de creación y entonces ejerzo de profesor o de editor. En otras ocasiones la celebración es un poco más íntima y se convierte directamente en mi obra. Pero entiendo que son sólo distintos modos de llegar al mismo lugar.

Y por encima de todo, deseo compartir una visión abierta, viva y espontánea de lo que es y significa la experiencia del arte.

 

 

El año 2011, la Asociación de Ilustradores de Cataluña me pidió que pensase y realizase un taller para el BIG DRAW, la entonces fiesta del dibujo que organizaba el museo Picasso..

Puesto que contaba con el apoyo de esta institución, me regalé a mi y por extensión a todos los participantes, algo que siempre he deseado y nunca hasta ahora pude hacer realidad:

Dibujar con materiales enormes en un gran espacio, trasladando el movimiento que normalmente realizo con la muñeca, en un baile, en un recorrido físico que pida en cada decisión estar presente con todo el cuerpo. Recuperar la fascinación y el tamaño infantil, agrandando el material.

   

       

                            

La mañana del BIG DRAW, los cubos con tinta china y los pinceles gigantes esperaban la llegada de los primeros transeúntes. Los Que formábamos el equipo, pensábamos que nuestro mayor esfuerzo sería el de animar, invitar y casi arrastrar a los paseantes a manchar el papel. Que a los adultos les costaría, un domingo a las once de la mañana, pararse a dibujar, de vuelta de comprar el pan y el perodico. Creíamos que nos toparíamos con una actitud entre recelosa y púdica, sobre todo ante el hecho de que esta invitación se hacía en un espacio expuesto, público.

            

Nos equivocamos por completo. Una vez propuesto el espacio de juego y ofrecido el material, personas de todo tipo se acercaban con un amable:

-Perdona, me puedes dar un pincel de esos tipo escoba que quiero pintar. Y perdona, colores? ¿Que colores tienes?

En muy poco , los cincuenta metros de papel se convirtieron en un río de personas que jugaban juntas al mismo juego, pero todas de forma diferente.

           

Nosotros, acompañamos, ofrecíamos, sosteníamos o aconsejábamos, si hacía falta. Y no dejaba de sorprendernos las ganas y voluntad de experimentación con que todo el mundo se acercaba.

Delante de nuestros ojos atónitos, hombres y mujeres maduros, que no eran profesionales ni aficionados al dibujo, que no trabajaban en ninguna forma con la imagen, recuperaban un espacio feliz y disfrutaban de una herramienta interna gigante, de una forma absolutamente desinhibida: la del dibujo.

Fue un honor sentirnos intermediarios, activadores, provocadores de este encuentro. Y desde luego fue un placer poder verlo, estar presentes.

El equipo de profesionales que dio forma a este taller-performance estuvo compuesto por: Iván Bravo: Judit Canela, Rafa Castañer, Guillem Font, François Pagès, Emma Pumarola, Gemma Cortabitarte y todo el personal organizativo del Museo Picasso.

                     

ANECDOTARIO:

1. Un hombre de unos cuarenta años, se me acerca y me pide el pincel más grande que tenga. Se lo doi con sumo cuidado, teatralizando la acción de entrega, relentizando mi gesto,

como para dotarlo de trascendencia.

-Ten: Te dejo mi mejor pincel, es el que dibuja más grande.- (Evidentemente era una broma.)

El no se lo toma como una broma, lo estudia detenidamente, me mira emocionado, se gira y enseguida comienza a investigar “en seco”. Prueba que movimientos se pueden trazar con este instrumento.

Diez minutos despés lo veo muy concentrado dibujando. Trabaja sumido en lo que está ocurriendo sobre el papel, un poco poseído, y no se da mucha cuenta de que hay más personas a su alrededor.

Al acercarme, veo que repite siempre el mismo gesto. Esta escribiendo lenta y continuamente, una y otra vez, una cinta de moevius, el signo del infinito. Seguira así unos veite minutos más, hasta quedar

completamente extasiado y dejar en el papel una red gruesa de líneas negras que tejen algo incomprensible y enorme.

Cuando me devuelve el pincel lo hace con las dos manos, como si me entregase un cetro real:

-Muchas gracias, a sido una experiencia magnífica. Tenías razón, realmente este pincel es estupendo.

 

2. Un niño de unos cuatro años cruza a lo largo, todo el papel con una vici. Nadie puede, ni quiere pararlo. Su rueda apunta a los platos y vasos de pintura. Se vuelcan cuando los toca o estallan bajo su

peso. Este pequeño punki hoy tiene el privilegio de montar sobre un camino de dibujos sin que nadie le reproche absolutamente nada.

Increíble, poético, bello. Mi lugar en el mundo.