Me cuesta estar quieto, me cuesta quedarme en mi estudio, me gusta estar en el exterior, disfruto dando las clases o creando mi obra en contacto con los cambios que se suceden a mi alrededor. Me ayuda a sentir mi lugar. Me concentra. Me gusta hablar con la gente que pasa, me gusta relacionarme con los demás y siento muchísima curiosidad. Me gusta compartir.
Con la crisis del Corona virus, (la distancia social, la necesidad de ventilación de los espacios de relación humana), trabajar en el exterior ha sido una buena solución. Personalmente, esta exigencia del guion impuesto, me ha encajado bastante bien.
Apareció eso si, una búsqueda en un primer plano, que no era habitual en mi hasta ahora que hemos vivido la presión y dificultad del confinamiento en nuestras casas. Una necesidad muy clara de salir de la ciudad, dejar el asfalto, pisar tierra, oler el bosque y ver los árboles moverse en sus copas, saludando el cielo como manos enormes.
Las imágenes me ayudan y me liberan, por eso las creo. Las imágenes son dibujos y pinturas, palabras, películas, pero también son escenas, paisajes, lugares a los que te llevas físicamente, caminando. Los lugares y las experiencias en ellos, tienen una característica simbólica. Aunque no siempre podamos leerla, captarla.
Cuando Greg me contrató para estas clases de creación, me pidió salir al exterior todo lo posible y estar en contacto con la naturaleza. Desdeluego que si!!!! Greg.
Todas las clases que hemos hecho, han sido sesiones en el Parc Guell o en el bosque exterior que lo circunda. Tengo lo que yo llamo mi “campamento base” en el barrio de EL COLL, a muy pocos minutos de este lugar que veis en las fotos.
De hecho no es nada difícil llegar en metro, pero este sitio tiene una característica limítrofe, una presencia de frontera entre ciudad y naturaleza muy potente y liberadora. La única construcción que hay en el bosque es una cabaña, una arquitectura básica infantil que cada tanto visitamos para ver que cambios han realizado los niños y niñas que juegan aquí, a construirse un lugar de protección y cobijo.
Nuestra única premisa era pasar un buen rato dibujando y pintando tranquilos. Evadirse un rato, perderse en este límite, en el placer íntimo del acto creativo. También conocernos como alumno y profesor. Me pareció que la mejor manera de hacerlo era la mas directa, compartir un dibujo, una situación en el espacio, iniciar un diálogo de gestos y colores.
Comenzamos con un papel muy grande, sin casi hablar y riendo mucho. Fascinados por las decisiones que el otro tomaba o con las combinaciones de colores que aparecían. Ese dibujo, después de meses de trabajo se ha convertido en la pieza central y emblema de nuestra exposición conjunta.
Mezclar el espacio del alumno y el profesor, es algo que hago habitualmente, primeramente por que no me inquieta y me gusta exponerme al otro, también por que es una manera muy rápida y sensitiva de conocimiento mutuo y finalmente por que mis aciertos y errores, mi fragilidad o fuerza, por igual son un lugar desde el que enseñar.
Cuando no hay un objetivo técnico, una demanda concreta de llegada, hay que escuchar atentamente para saber entender que es lo que necesita tu alumno o alumna que le ofrezcas. Cuando el objetivo mismo de la clase es descubrir cual es el objetivo y la manera de hacer, (esta situación de incógnita y misterio me encanta), descubrir que traje a medida necesita el alumno para desarrollar su creatividad con potencia y ligereza, has de abrir espacio flexiblemente y actuar con mucha, muchísima delicadeza, por que caminas prácticamente a tientas.
Dibujar no es cumplir objetivos, para mi, tampoco creo que sea así para Greg. Dibujar es delimitar el tiempo en un cesto de luces y olores y tragárselo hasta sentirse ebrio de AHORA.
Una de las cosas mas emocionantes de las clases en lugares públicos, es que estás expuesto a preguntas, comentarios, consejos, interpretaciones. Visitas inesperadas y variopintas, atrevimientos y cercanías que en la situación en la que estamos se agradecen todas. Personas desconocidas que se atreven a preguntar y disfrutan de nuestro trabajo.
Todo el mundo nos ha respetado siempre, ha hecho preguntas interesantes y ha reconocido un espacio real de creación, serio y comprometido. Y la verdad que estoy orgulloso de esto.
Este taller de arte abierto permite mostrar a todo el que pasa, en que consiste el arte, que es la creación y la espontaneidad.
Y nosotros hacemos encantados y con ilusión el trabajo de mediación y acercamiento del proceso y el resultado. Luz de ida y vuelta.
De entre todas las personas que han parado a charlar y preguntar, hay una barrendera del Parc Guell que siempre nos deja perplejos con su sensibilidad y capacidad de entender que emociones encierran los dibujos. No tengo foto de esta mujer, pero no quería dejar de nombrarla. Y la otra persona especial es Joaquin Moya, un chico que nos pidió venir a hacernos una entrevista.
Apareció una mañana, silencioso, grabó lo que le pareció, charlo con nosotros, poquito, pero se quedó toda la clase.
Dos días después nos escribió diciéndonos que ya había acabado la entrevista y que nos la mandaba por wassup, por que finalmente había tomado forma de canción. 🙂 Literalmente, Alucinamos!!! Aquí os la dejo.
Joaquin ha seguido viniendo a vernos, filmando y celebrando con nosotros. Su presencia tranquila y fascinada por todo lo que le despierta emoción es inspiradora para mi. La entrevista-canción se ha ido convirtiendo en un pequeño documento sobre su forma de entender y mirar y sobre nuestras clases. Aquí va una pequeñita porción. Atención a la música, que también es suya.