Godspeed You! Black Emperor en Barcelona. Miércoles 31 de Octubre de 2012.
La sala Apolo repleta de fans entregados, incluido yo, negro sobre negro, todos esperando a que el mantra de la rabia y la tensión progresiva comience a ejercer de bálsamo y alivien a cada cuerpo y espíritu al permitirnos expresar un dolor secreto e individual, al poder exorcizarlo juntos, sin tener que nombrarlo, sin tener siquiera que entenderlo.
El ritual da comienzo y yo también rezo, internamente, para que este estupendo grupo de chamanes canadienses me sepan conducir hasta las mismas puertas de la contención y de ahí me lleven a estallar.
Necesito estallar. A eso he venido, por eso me gusta este grupo. Llevadme a cuestas, llevadme con vosotros, transformarme, cambiar mi líquido interno, hacer arder lo que tenga que arder, expirar luces adentro y desaparecer en la calma que hay después, llevadme entre el humo, llevadme, por favor.
La luz durante todo el concierto es una penumbra oscilante, una gradación de intensidad que tamiza los ojos, una presión constante. Hasta que finalmente se deshace.
Casi imperceptiblemente se ha ido oscureciendo la sala, casi no se ve el escenario, las personas que tengo alrededor son bultos poco perceptibles y sigue bajando y bajando el tono hasta llegar a un gris azulado en el que sólo se pueden intuir las figuras de los músicos.
Hay algo extraño en sus poses, no se mueven, solo están ahí parados, quietos, y la música cada vez esta más alta y es más agresiva. La luz es casi nula durante casi un minuto hasta que comienza a remontar. Ellos siguen estáticos. Hay algo extraño que no localizo.
Hasta que la cabeza de la violinista cae al suelo. Y salto del susto. Y no me refiero a que su cuerpo se tropiece, a un accidente, no, no, la cabeza se desencaja de los hombros de la chica y rueda. Sin más.
Hay un sobresalto general, movimientos extraños entre el público. La escena es incomprensible, inasimilable, y la música es más y más veloz. Hay algo fantasmagórico, irreal en la inmovilidad del resto del grupo frente a lo que acaba de pasar.
El brazo del guitarra se desencaja, el hombro se desplaza y cae, el batería se desploma a trozos que quedan repartidos sobre el suelo. Esto es un desastre.
La luz recupera intensidad, nos miramos atónitos los unos a los otros, la cadera de la violinista resta derecha justo en frente, la luz sigue subiendo hasta que entiendo que son maniquís de madera. La bola que hacía de cabeza, está muy cerca mío.
Buf, todos respiramos. ¡Eran títeres! Era todo un montaje teatral del grupo, ¡una tremenda, puesta en escena!
La adrenalina baja y la música desacelera. La banda reaparece, apartan las maderas de los lugares donde están los instrumentos y retoman el concierto. Nadie, en la penumbra había notado su substitución por muñecos de madera.
El sonido directo se suma a la grabación hasta substituirlo. El concierto termina lentamente, mis músculos se sueltan despacio y para el bis estoy completamente agotado y laxo. El viaje ha sido extremo y me siento como si hubiese subido una montaña y me estirase a mirar el cielo.
¡Fantástico!